La cuestión del Sáhara Occidental ya no puede ser abordada únicamente como un tema de descolonización pendiente. Es un frente de resistencia ideológica. La derrota de la causa saharaui equivaldría a la legitimación de este nuevo orden colonial disfrazado de modernidad. Y su defensa, por el contrario, mantiene viva la posibilidad de un Magreb libre de injerencias, fiel a su historia de liberación y soberanía.
Olvidar al Sáhara Occidental sería derribar la primera ficha de dominó de un proceso que podría extenderse más allá de sus fronteras, arrastrando con él la esencia misma del derecho de los pueblos a decidir su futuro.
El conflicto del Sáhara Occidental no puede entenderse hoy sin considerar el nuevo mapa de alianzas que está redibujando el equilibrio de fuerzas en el norte de África. Lo que antes parecía una disputa regional entre Rabat y el Frente Polisario bajo la supervisión pasiva de Naciones Unidas, se ha transformado en una pieza central de una estrategia geopolítica de mayor alcance, donde actores externos —en especial Israel— desempeñan un papel clave. La causa saharaui ya no es solo una cuestión de descolonización; es un campo de prueba de un nuevo modelo de ocupación sofisticada, que combina diplomacia, tecnología, economía y guerra híbrida.
Las similitudes con otros escenarios de ocupación no son casuales. Basta con observar lo que ocurre en Gaza y en el Sáhara Occidental para entender que se trata de una misma lógica aplicada en contextos diferentes: la ocupación prolongada, la negación de los derechos nacionales y el intento sistemático de borrar la memoria de un pueblo. En Gaza, Israel destruye barrios enteros y corta el acceso al agua; en el Sáhara Occidental, Marruecos levanta proyectos turísticos y vende recursos saharauis al extranjero. En ambos casos, el objetivo último es impedir el retorno, disolver la identidad nacional y transformar la ocupación en normalidad aceptada.
El paralelismo va más allá de la táctica: también alcanza la estrategia. Marruecos persigue un viejo sueño imperial —el del Gran Marruecos, que incluiría no solo el Sáhara Occidental sino territorios argelinos y mauritanos— que recuerda inevitablemente a las fantasías del «Gran Israel» bíblico. Y esta aspiración ya no es una mera ambición solitaria: Rabat cuenta con el respaldo explícito de Israel, con quien ha sellado una alianza abierta que transforma a Marruecos en el relevo israelí y occidental en el Magreb. La monarquía marroquí ya no es simplemente una potencia regional: se ha integrado en una coalición colonial que redefine los equilibrios de África del Norte.
Esta alianza va mucho más allá de acuerdos diplomáticos superficiales. Israel se ha convertido en el principal proveedor de tecnología militar avanzada para Marruecos, incluyendo drones de ataque, sistemas de vigilancia, inteligencia artificial aplicada al control poblacional y ciberespionaje a través del software Pegasus. La firma de cooperación en defensa entre Rabat y Tel Aviv en 2021 marcó un punto de inflexión: por primera vez un país árabe aceptaba públicamente una integración militar tan profunda con Israel, rompiendo todos los tabúes regionales.
Pero no es solo cuestión de armas: Israel también participa en megaproyectos de infraestructuras, agricultura en zonas ocupadas, seguridad cibernética para la represión interna y el control de las poblaciones saharauis. Las empresas israelíes comienzan a invertir en el desarrollo de las zonas costeras saharauis con la vista puesta en la explotación de fosfatos, pesca y energía solar, intentando convertir la ocupación en un negocio rentable para las potencias extranjeras. Así, como en Palestina, el territorio ocupado se transforma en laboratorio de nuevas formas de colonialismo económico y tecnológico.
El Sáhara Occidental es, en este esquema, un paso intermedio, no un fin. Un trampolín para una estrategia de reposicionamiento geopolítico que tiene como objetivo final a Argelia, país que encarna una visión opuesta: la de la soberanía nacional, la resistencia al neocolonialismo y la defensa del derecho de los pueblos a decidir su destino. Lo que se juega en el Sáhara no es solo la suerte del pueblo saharaui, sino la continuidad o el fin del orden poscolonial africano. Como advirtió John Bolton, una renuncia en esta cuestión abriría la puerta al derrumbe de todo el principio de autodeterminación que sustenta el derecho internacional en África.
La comunidad internacional, en su mayor parte, prefiere ignorar estas conexiones. Pero Argelia, que ha sido históricamente un faro de la lucha anticolonial, no puede permitirse este lujo. El conflicto saharaui afecta de manera directa a su seguridad, su frontera y su visión de un Magreb soberano. La absorción del Sáhara Occidental y el sometimiento de Gaza son eslabones de una misma cadena: la de un nuevo colonialismo tecnológico, económico y militar que amenaza con redefinir la región.
Por ello, la cuestión del Sáhara Occidental ya no puede ser abordada únicamente como un tema de descolonización pendiente. Es un frente de resistencia ideológica. La derrota de la causa saharaui equivaldría a la legitimación de este nuevo orden colonial disfrazado de modernidad. Y su defensa, por el contrario, mantiene viva la posibilidad de un Magreb libre de injerencias, fiel a su historia de liberación y soberanía.
De Gaza al Sáhara Occidental se dibuja un mismo proyecto de ocupación y expansión que desafía abiertamente el derecho internacional y los principios universales de autodeterminación. Olvidar una de estas luchas es debilitar la otra; defenderlas juntas es la única manera de frenar este nuevo colonialismo disfrazado de modernidad.
Victoria G. Corera – PLATAFORMA «No te olvides del Sahara Occidental»