En el corazón del desierto argelino, donde el viento del Sáhara no perdona, un pueblo ha levantado más que tiendas: ha levantado una nación en el exilio. La cultura saharaui, lejos de disolverse en el olvido, ha sido salvaguardada con determinación por quienes han hecho de la resistencia su forma de vida. La ocupación marroquí no solo pretende apropiarse del territorio, sino también borrar la identidad de un pueblo. Frente a ello, la cultura se convierte en trinchera, en raíz y en bandera.
Preservar la lengua hasanía, las costumbres nómadas, la poesía tradicional y los rituales saharauis ha sido una tarea colectiva. En los campamentos de refugiados en Tinduf, donde nacen generaciones que aún no han pisado su tierra natal, las familias, los ancianos y los educadores convierten cada historia contada, cada plato cocinado y cada vestido cosido en un acto de reafirmación identitaria. La cultura saharaui no es un vestigio: es una herencia viva que se transmite en lo cotidiano.
La poesía oral ha sido, desde tiempos inmemoriales, el alma del pueblo saharaui. En los versos se narran exilios forzosos, anhelos de libertad y denuncias contra la ocupación. La música, con el tidinit y los tambores como aliados, acompaña celebraciones, marchas y duelos. Estas expresiones mantienen viva la memoria colectiva y tejen una conciencia nacional que desafía el intento de desmemoria impuesto por la ocupación.
La educación ha sido una de las apuestas más firmes del Frente Polisario desde la fundación de los campamentos. Escuelas de primaria y secundaria han sido levantadas con esfuerzo y solidaridad, y muchas universidades extranjeras han acogido a estudiantes saharauis becados. No se trata solo de aprender a leer y escribir, sino de formar ciudadanos libres, críticos y conscientes de su historia. La educación, en este contexto, es una forma de soberanía simbólica y una herramienta de liberación.
A pesar del exilio forzado y las duras condiciones del desierto, el pueblo saharaui ha cultivado con fuerza su identidad cultural, convirtiendo los campamentos de refugiados en Tinduf en espacios vivos de creación y resistencia. Ejemplos como el Festival Internacional de Cine del Sáhara (FiSahara) —único en celebrarse en un campo de refugiados— demuestran cómo el cine se ha convertido en una herramienta de expresión, denuncia y empoderamiento colectivo. Junto a él, la Escuela de Formación Audiovisual Abidin Kaid Saleh forma a jóvenes saharauis para que narren su propia historia desde su propia mirada. En el ámbito de las artes visuales, ARTIFARITI, los Encuentros Internacionales de Arte y Derechos Humanos del Sáhara Occidental, congrega desde hace años a artistas locales e internacionales en los territorios liberados, utilizando el arte como medio de resistencia y reflexión crítica sobre el colonialismo, la memoria y la autodeterminación. Iniciativas como BUBISHER —una red de bibliotecas móviles y fijas— fomentan la lectura entre la infancia y juventud saharaui, contribuyendo a preservar y difundir su lengua, su literatura y su imaginario colectivo. Asimismo, la poesía saharaui —oral y escrita— sigue siendo una de las formas más poderosas de expresión cultural, donde la resistencia, la identidad y el amor por la tierra se entrelazan con una sensibilidad profundamente arraigada en la tradición nómada del desierto. En conjunto, la cultura saharaui no solo sobrevive: florece como símbolo de dignidad, memoria viva y resistencia frente al olvido.
La diáspora saharaui, repartida entre Europa, América Latina y África, también cumple un papel vital en la preservación y difusión cultural. Jóvenes saharauis han convertido la música, el arte digital, la literatura y las redes sociales en armas políticas. Desde escenarios internacionales hasta espacios digitales, la identidad saharaui se hace presente para decir: “Aquí estamos. No nos han borrado. Seguimos resistiendo”.
Frente al intento de ocupación cultural por parte de Marruecos —a través de su política de marroquinización, censura y represión—, el pueblo saharaui responde con arte, educación y memoria. El derecho a la cultura no es un lujo ni un añadido: es parte inseparable del derecho a la autodeterminación. No puede haber libertad sin identidad. No puede haber descolonización sin memoria.
Por eso, cuando hablamos del Sáhara Occidental, no hablamos solo de geopolítica. Hablamos también del derecho a contar el mundo con las propias palabras, a cantar con los propios instrumentos, a soñar desde la propia historia. En el exilio, en la ocupación o en la diáspora, la cultura saharaui es una semilla que nunca ha dejado de germinar. La tierra robada sigue esperando, pero el alma de su pueblo jamás ha sido conquistada.
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