Sahara Occidental: EL CONSEJO DE SEGURIDAD de la ONU NO ES UNA AGENCIA INMOBILIARIA

Sahara Occidental: EL CONSEJO DE SEGURIDAD de la ONU NO ES UNA AGENCIA INMOBILIARIA

 

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El portal TSA (Tout sur l’Algérie) publica este 22 de octubre un artículo titulado «Sahara occidental : le Conseil de sécurité n’est pas une agence foncière», en el que advierte sobre la peligrosa deriva del discurso diplomático que intenta reducir el conflicto del Sáhara Occidental a una cuestión de reparto territorial o de “reconciliación regional”. La publicación, que recoge declaraciones recientes del asesor de Donald Trump, Steve Witkoff, sobre un supuesto “acuerdo de paz” entre Marruecos y Argelia, subraya con claridad un punto esencial: el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas no es una agencia inmobiliaria encargada de distribuir tierras, sino el garante del derecho internacional y del principio de autodeterminación.

La distinción es crucial, porque el discurso que intenta confundir la ocupación del Sáhara Occidental con la tensión diplomática entre Marruecos y Argelia persigue un objetivo político muy concreto: desplazar la atención del núcleo del conflicto —la descolonización inacabada del territorio— hacia un relato geoestratégico de “paz regional” patrocinada por Washington. Como recuerda TSA, no existe ninguna guerra entre Argelia y Marruecos. Lo que sí existe es una ruptura de relaciones diplomáticas decretada por Argel en 2021 tras una serie de actos hostiles de Rabat: el apoyo público del embajador marroquí en la ONU al movimiento separatista MAK, las amenazas proferidas desde suelo marroquí por el entonces ministro israelí de Asuntos Exteriores, y el espionaje sistemático mediante el programa Pegasus contra responsables argelinos. Ninguno de estos hechos guarda relación con la cuestión saharaui, aunque Rabat y sus aliados se empeñen en presentarlos como parte de una “rivalidad magrebí” que justificaría la ocupación.

Este intento de manipular la narrativa regional responde a una estrategia muy antigua de la monarquía marroquí: presentar la descolonización del Sáhara Occidental como un conflicto entre Estados para diluir la responsabilidad internacional y transformar un caso de autodeterminación bloqueada en un expediente bilateral. La reciente retórica del “acuerdo de paz” promovido por la administración Trump —y reproducida sin matices por los medios marroquíes— no hace sino reciclar esa maniobra. Como advierte el diplomático argelino citado por TSA, confundir la ruptura diplomática con un escenario bélico ficticio solo sirve para legitimar un nuevo relato de “pacificación” en el que el verdadero sujeto del derecho —el pueblo saharaui— desaparece del mapa político.

El artículo también ofrece un recordatorio oportuno en vísperas de la votación del Consejo de Seguridad sobre la renovación del mandato de la MINURSO: la función de este órgano no es premiar a quien ocupa, sino garantizar la aplicación de sus propias resoluciones. En palabras del diplomático argelino, si el conflicto “ha durado demasiado”, como repiten Francia y Estados Unidos, la respuesta no puede ser reconocer una soberanía inexistente, sino cumplir con el compromiso original de organizar un referéndum libre y supervisado de autodeterminación. Cada renovación del mandato se convierte, sin embargo, en una oportunidad para Marruecos de presentar su plan de autonomía de 2007 —rechazado por el Frente Polisario y por la Unión Africana— como la única “solución realista”, mientras la comunidad internacional tolera un statu quo cada vez más peligroso.

En paralelo, TSA desmantela otro mito diplomático alimentado por la prensa del reino: la supuesta inclinación de Rusia hacia las tesis marroquíes. Nada indica que Moscú esté dispuesto a sacrificar una de las pocas cartas que conserva como palanca de influencia frente a Occidente y sus aliados. La conversación telefónica mantenida entre los ministros de Asuntos Exteriores Ahmed Attaf y Serguéi Lavrov, citada por el medio, confirma que la cuestión del Sáhara Occidental seguirá inscrita en la agenda de descolonización de las Naciones Unidas, y no en un marco de “solución política” al margen del derecho internacional. La posición rusa, como la de Argelia, se mantiene fiel a los principios fundacionales de la Carta de la ONU: respeto a las fronteras heredadas de la independencia, integridad territorial y autodeterminación de los pueblos coloniales.

Frente a esa claridad jurídica, la confusión promovida por Marruecos y amplificada por la diplomacia estadounidense busca imponer un lenguaje que reemplace el derecho por la conveniencia. Se habla de “compromiso”, “realismo” y “paz duradera”, pero se omite la palabra que da sentido a todo el proceso: referéndum de autodeterminación. Al convertir el Consejo de Seguridad en un foro de negociación entre potencias, y no en un órgano garante del derecho internacional, se desvirtúa su función y se socava la credibilidad del sistema multilateral. Como bien resume el título del artículo de TSA, el Consejo de Seguridad no es una agencia inmobiliaria: no reparte tierras, debe aplicar la ley.

Cincuenta años después del inicio de la ocupación, los llamamientos a una “paz pragmática” sin justicia son solo el reflejo de la impotencia de quienes no se atreven a exigir el cumplimiento de las resoluciones. El pueblo saharaui no necesita una paz dictada desde Washington ni una reconciliación artificial entre Rabat y Argel; necesita que la ONU haga lo que prometió en 1991: garantizar su derecho a decidir libremente su futuro. Lo demás —planes de autonomía, acuerdos de paz ficticios, maniobras diplomáticas— son, como demuestra este análisis, distracciones calculadas para perpetuar la ocupación. La autodeterminación no es una concesión: es un derecho imprescriptible y la única base legítima para una paz real en el Magreb.

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