Afuera (I) >> Y… ¿dónde queda el Sáhara? >> Blogs EL PAÍS

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Por: Bahia M.H Awad

Texto e ilustración: Noor M. Dleimi

En memoria de Hadía y Fah.

A mi gran familia saharaui.

Debajo de unas ramas

—El buen hombre dejó atados sus camellos junto a los demás, se quitó las sandalias y entró en la jaima. Anochecía. Eran días abrasadores y vacíos en los que solo se había cruzado con el infortunio. Había ido a parar a Leyuad, las montañas que susurran, así que dio gracias a Dios, alhamdeluláh. Tomaría el té acompañado.

—Fatma ¿Por qué iba solo? ¿No dices que no se debe ir nunca solo por el desierto? —protesta Abba.

—Sí. Pues no sé, Abba, iba solo. Y ya veréis qué le pasó. Si es que queréis saberlo. Me habéis pedido que os cuente historias sobre los yin, mamá no estaría de acuerdo ¿Estáis seguros? ¿Queréis oírlas?

—¡Sí, sí! —dice el pequeño Bushraya con la impaciencia de quien va a cometer una travesura.

—Está bien, luego no vengáis con que tenéis miedo —advierte Fatma con impostada severidad—. Ya lo sabéis, los yin habitan en el desierto desde antes que nosotros. Los hay buenos pero otros te comen el alma. Los hay que dan suerte y te protegen y también aquellos que atraen con su hedor desgracias. Pero todos se distinguen por su voz, están cerca pero se oyen lejos ¿Continúo? —Ambos niños guardan silencio—. Continúo:

»“Buenas noches ¿Cómo está? ¿Cómo está la familia? ¿Cómo está la salud?”, dijo el buen hombre mientras sus ojos se acostumbraban a la penumbra de la jaima.

(…)

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