Esta vez el escritor Ali Salem Iselmu nos regala este relato que nos lleva a pensar en las familias saharauis que siguen separadas desde 1976 a raíz de la anexión militar marroquí a los territorios del Sahara Occidental. Pero el fortuito reencuentro tras muchos años a veces redime el dolor de la separación y mitiga la sed del desterrado.
La última vez que se abrazaron, había silencio en sus manos, las lágrimas caían de sus mejillas. Aquella despedida era dolorosa e inaceptable. Pero el destino iba marcando sus pasos. Él era un notable que venía a identificar a su gente, después de muchos años de guerra. El reencuentro en aquel campamento, después de tantos años iba a ser un milagro.
Ella pensó durante su huida, que no iba a sobrevivir a las bombas, a las minas y jamás volvería a encontrar a su hermano. Su casa, el hospital donde trabajaba como enfermera y sus vacaciones en las Islas Canarias, todo eso lo había perdido. Ahora lo único que le quedaba, era rezar con su rosario y seguir nombrando los nombres de Dios. Pidiendo que vuelva a salir el sol, que el humo de los coches quemados después del ruido de las bombas, no le impida ver el cielo.
Todas las mañanas se levantaba, y con la ayuda de su nieto, salía de aquella humilde casa de paredes agrietadas, en las que penetraba el calor y el frío con mucha intensidad. Empezaba con su plegaria, pidiendo a Dios volver a encontrar a sus hermanos, a sus hijos y que el largo destierro llegue a su fin. Cogía …
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