Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
La primera vez que tomé un testimonio para un proyecto de documentación de las violaciones de derechos humanos en el Sahara Occidental, en 2011, ese trabajo no tenía el nombre que luego quiso tomar: el Oasis de la Memoria. Y, sin embargo, desde ese primer instante, la memoria fue un lugar del que beber. Estábamos en Extremadura, y Brahim Sabbar era un exiliado saharaui a quien iba a entrevistar. Era el primer testimonio de un largo proceso de escucha, en el que íbamos a descubrir tantas cosas que andaban ocultas, no en el olvido, sino en el silencio.
Brahim era el secretario general de la asociación de víctimas (Asvdh) y él mismo había sido desaparecido forzadamente por el régimen marroquí en 1981, y había permanecido en cárceles clandestinas durante más de una década. Lugares como Pccmi en Dajla, Der Mulay Cherif en Casa Blanca y finalmente Kalaat Magouna, fueron centros de tortura y detención clandestina de muchos saharauis bajo el régimen dictatorial de Hassan II.
Cuando íbamos a empezar a tomar su testimonio, Elghalia Djimi era mi traductora, del hassenia al español. La conversación era entonces a tres. Elghalia era la vicepresidenta de la misma asociación, y ella misma había estado desaparecida forzadamente en el Pccmi, un antiguo cuartel español convertido en centro clandestino, al estilo de la Esma en Argentina o Villa Grimaldi en Chile durante las dictaduras.
Después de nuestra introducción, le pregunté si quería compartirme su experiencia, que podría narrar libremente y yo le iba a preguntar algunas cosas.
-Fui detenido y torturado por el régimen marroquí, estuve 11 años en varios centros clandestinos de detención y fui liberado en 1991 con los demás sobrevivientes.
No fue solo así, pero en 10 minutos había terminado su testimonio. Tocó volver atrás. Documentar un caso es sobre todo volver al lugar de la pesadilla con la víctima. Tyte Mugrefya, un amigo ruandés, dice que nosotros no somos víctimas, pero tenemos que estar dispuestos a hacer parte del camino. Brahim tiene muchas cosas que contar, pero no es un libro del que se puedan pasar las páginas. Y de algunas cosas es difícil hablar.
– Sé que es difícil hablar de la tortura, pero es importante si nos puede cómo fue ese trato, esa tortura, poder documentar una historia que a los saharauis no se les cree, si está de acuerdo.
Y le pareció. Comenzó por que era poeta, y fue detenido acusado de ser del Polisario. Y relató los horrores de lo sufrido en varios de esos centros en los que más de mil saharauis estuvieron desaparecidos, desde algunos meses hasta 16 años en algunos casos. Caminar por esos detalles no fue fácil. Cuando Elghalia y yo andábamos exhaustos y asombrados, tuvimos que descansar. Los 10 minutos se habían convertido en dos horas a las que no les cabía la historia vivida.
Cuando volvimos al camino, no había otra pregunta posible:
– ¿Brahim, y cómo usted pudo resistir todo ese horror vivido?
Lo siguiente fue un derroche de asombro. Brahim empezó a contarnos cómo él dio clases de árabe clásico en uno de esos centros donde no tenían ni libros, ni cuadernos ni lápices. Sólo se tenían a ellos mismos. La mayoría de los detenidos con él eran analfabetos. Los saharauis son de memoria oral, viven en los largos cuentos del desierto. Un saludo saharaui puede durar 5 minutos, durante los cuales uno pregunta al otro por los familiares, por las cabras, por la jaima, por los amigos, casi quitándose la palabra, y uno escucha sin entender nada de lo que está pasando, pero celebrándolo.
-Un día en el patio había un cartón, de esos de una caja, y le pedimos al carcelero de las Fuerzas Auxiliares si nos regalaba ese pedazo. El cartón tenía una grapa metálica. Para ese tiempo, nos habían dado una pastilla de jabón que estaba en el retrete. Con eso nos lavábamos todos.
La imaginación es parte de las formas de resistencia frente a la tortura. Bhrahim iba al baño, y con un poco de agua frotaba el jabón en su brazo, hasta que quedara una delgadísima película. Cuando se secaba, frente a sus compañeros alumnos, su antebrazo se convertía en la pizarra de una escuela. Con la grapa podía escribir en árabe en su piel. Si venía el carcelero, el encerado podía borrarse rápidamente frotando con un poco de saliva. El centro clandestino de detención, hecho para el exterminio poco a poco de los presos, se convertía así por unas horas, en una escuela, y varios compañeros lograron aprender a leer y escribir árabe clásico.
Cuando escuchamos esa historia, el testimonio de Brahim andaba desbocado, era un galope de libertad. Después fueron trasladados a otro centro clandestino de Kalaat Magouna, un ex cuartel francés, en una zona turística de Marruecos donde se hace una feria internacional de turismo y flores. En la punta de esa colina, estaban los desaparecidos saharauis.
Brahim Sabbar inventó una historia de teatro. El guion era todo oral, y la obra tenía tres actos. Cada acto, tenía una palabra que lo definía: Represión. Lucha. Victoria. Y a cada uno de sus pocos compañeros, les dio un papel. Como el tiempo mata despacio en esos lugares lúgubres, el teatro tenía la virtud de hacerlo vivible. La obra se la representaban así mismos varias veces para no olvidar y mejorar. Los ensayos de teatro y la obra ante el público eran lo mismo.
Cuando a Kalaat Magouna fueron llegando más detenidos, hasta cerca de 400 porque se convirtió en el lugar en que se fueron concentrando los aún sobrevivientes, ellos se pusieron contentos. No solo porque tenían otros compañeros con los que compartir. Sino porque ahora, además tenían público. Una obra de teatro que se representó varias veces en un centro clandestino ante los desaparecidos, no solo es una historia increíble, sino una lección de humanidad y resistencia que Elghalia y yo escuchamos con la boca abierta.
Los 10 minutos de Brahim se convirtieron en cuatro horas de lecciones permanentes de las palabras que él había elegido para su obra. Y de la capacidad del ser humano de resistir al horror con la convicción, el apoyo mutuo y la cultura. Brahim Sabbar murió ayer. Os cuento esto para recordarle y recordarnos en estos tiempos también duros, de lo que va la resistencia y de los rostros que la iluminan.
Origen: Brahim Sabbar: la memoria y la cultura que resistieron a la desaparición