Bajo el pretexto de la «modernización», esta es en realidad una estrategia colonial clásica: comprar el silencio de las poblaciones indígenas y normalizar una ocupación ilegal. Tras esta fachada, la lógica sigue siendo colonial: el saqueo sistemático de los recursos saharauis —fosfatos, pesca, minerales— continúa en beneficio del régimen marroquí y sus aliados extranjeros.
El Frente Polisario denuncia con razón este intento de borrar la identidad saharaui y hacer irreversible la presencia colonial. Mientras algunos saharauis, atrapados en la espiral económica, encuentran empleo, el objetivo es claro: transformar la dependencia económica en un instrumento político.
Rabat espera apaciguar las demandas independentistas repartiendo migajas, a la vez que consolida su imagen de «potencia regional». Pero tras la fachada colonial, la realidad persiste: el Sáhara Occidental es la última colonia de África, clasificada como tal por la ONU. Ninguna obra en construcción, ninguna fachada de desarrollo puede ocultar que el único resultado legítimo sigue siendo la autodeterminación del pueblo saharaui.
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