Todo parece normal en la Terminal 1 del aeropuerto de Barajas. Varias personas caminan con rapidez por sus pasillos, buscan la salida o se abrazan tras encontrarse con sus seres queridos. Casi nadie repara en una mujer cubierta con la tradicional melfa saharaui sentada en el suelo frente a la comisaría del aeropuerto sobre una manta gris. Espera a su hija, su nieta y su yerno desde que supo que abandonarían el Sáhara Occidental ocupado para coger un vuelo en Marruecos y pedir protección en su escala en Madrid, pero nunca llegaron, se quedaron varados en tierra de nadie, en la sala de inadmitidos junto a decenas de solicitantes de asilo saharauis.
Desde hace semanas, varios activistas saharauis se encuentran retenidos en el aeropuerto de Barajas con temor a ser deportados a Marruecos, a pesar de haber declarado ante las autoridades que huyen de la situación de represión que viven en los territorios ocupados del Sáhara Occidental, algunos de ellos por su labor de activismo. Interior confirma que actualmente hay 70 ciudadanos con pasaporte marroquí (Interior no distingue entre quienes han declarado ser saharauis) en las salas de asilo del aeródromo. Uno de ellos lleva desde la semana pasada en huelga de hambre, confirman las mismas fuentes
Aicha hace guardia en el aeropuerto aunque nadie le deje ver a su familia. Está preocupada por su nieta, que tiene fiebre desde hace días, pero sobre todo por su hija, que sufrió fuertes sangrados vaginales -que ella asegura que se trata de un aborto e Interior lo niega- y sigue encerrada diez días después. Desde esas salas, cuyas condiciones han sido criticadas en varias ocasiones por el Defensor del Pueblo, la mujer saharaui responde al teléfono: “Estamos muy mal. No nos tratan bien. Yo he enfermado y mi hija también. Estamos llenas de picaduras de chinches. ¿Por qué nos tratan así? Es inhumano”, lamenta. Están a pocos metros la una de la otra, pero no pueden verse.
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