¿Qué le impulsó a escribir ‘Flores de papel’?

–Tenía la necesidad de contar el Sáhara y, como periodista, lo estaba ignorando, o más bien evitaba hacerlo porque hay un componente emocional que me remueve. Es un conflicto que me ha marcado muchísimo y no conseguía abordarlo desde una tercera persona, ni en forma de crónica ni de reportaje. Sabía que podía hablar del Sáhara, pero necesitaba hacerlo desde otro punto de vista, con la honestidad de que quienes me leen, escuchan o ven supieran que soy saharaui. Todo lo que he escrito hasta ahora ha sido en primera persona. Y de pronto me encontré con que herramientas como la literatura y la ficción me ayudaban muchísimo a plasmar algo que llevaba mucho tiempo queriendo contar. Quizás también ese fue uno de los motivos que me empujaron a contar historias y a ser periodista: vivir atravesada por ese conflicto y contar historias sepultadas por el olvido, romper un poco ese bloqueo informativo que sufre el Sáhara. Empecé a escribir después de un proceso de terapia. De hecho, el personaje de Aisha está escrito en segunda persona, en un intento de contarme a mí misma lo que viví. Luego me di cuenta de que no podía hablar solo de mi generación; que, para poder entender quién soy, necesitaba saber también de dónde vengo. Y ahí me reencontré con mi madre y con mi abuela.

¿Qué importancia tiene el hecho de que sea una novela autobiográfica?

–Podríamos decir que Aisha, la nieta, es un personaje que podría ser mi hermana gemela o mi alter ego. Comencé a escribirla intentando recordar el lugar donde nací, qué pasó conmigo a los cinco años, explicar cómo fue para mí aquel momento en que nací en un campo de refugiados. Por motivos de salud, tuve que marcharme y llegué a Italia, donde a partir de entonces viví entre dos culturas, dos mundos, dos tradiciones, dos familias, dos madres. Viví muchos choques culturales, pero sobre todo, muchas preguntas. Y una de las que más me ha pesado ha sido: ¿quién soy? Aisha se ve obligada a vivir en dos contextos que son muy distintos, que no se entienden ni se comprenden. Creo que esto lo hemos vivido muchas niñas saharauis que nos hemos quedado en Europa, pero también podría haberlo vivido cualquier persona migrante. Así que sí, Aisha tiene mucho de mí, de cómo viví ciertos momentos de mi vida y de cómo me sentí en determinadas situaciones. También intento contar la historia de todo un pueblo.

¿Qué reacción le gustaría despertar en su público?

–Quiero que la gente entienda cómo los conflictos marcan, y cómo han marcado a las mujeres saharauis. Se ha hablado mucho de ellas desde un punto de vista político, incluso se ha llegado a instrumentalizar su papel en la lucha. Pero yo he intentado profundizar, tocar fondo, llegar a lo más profundo de nuestra herida. El pueblo saharaui es un pueblo traumatizado, y sus mujeres se han visto envueltas en una realidad muy compleja. Me gustaría despertar empatía y comprensión. Cuando un conflicto lleva tantos años estancado y olvidado, el Sáhara suena lejano. Yo he tratado de humanizar a las mujeres saharauis y hablar, sobre todo, de ese desgarro provocado por el conflicto.

¿Siente que su voz y sus testimonios pueden abrir puertas a más mujeres?

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