ENTREVISTA. El conflicto por el Sahara Occidental ha históricamente mostrado todos los defectos del sistema internacional: colonialismo, pactos espurios, multilateralismo que no funciona, presiones diplomáticas. El retorno a las armas en noviembre, y la decisión de Trump de reconocer la soberanía marroquí sobre los territorios en disputa, precipitó la situación en pocas semanas.
Imagen: © FAROUK BATICHE / AFP
El 21 de octubre de 2020 unas cincuenta personas con las caras tapadas por pañuelos negros, con decenas de neumáticos y palos cortaron la ruta nacional nº1, conocida también como Carretera Transmarroquí que une el puerto de Tánger con el puesto fronterizo de Guerguerat, sobre la frontera de Mauritania. En pocas horas, centenares de camiones que transportan fruta y verdura marroquí hacia los mercados que se encuentran al sur del Desierto del Sahara, y aquellos cargados de pescado mauritano que viajan hacia el norte para llegar a los puertos españoles, comenzaron a acumularse en largas colas en un sentido y en el otro. Estos piqueteros del desierto no tenían ninguna intención de irse rápido. Eran saharauis, el pueblo que vive desde hace siglos en esta zona occidental del Sahara, acostumbrados a condiciones que para muchos otros serían totalmente inhóspitas. Se habían preparado para quedarse por lo menos hasta el 30 de octubre, día en que el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas debía extender la Misión de Naciones Unidas para el Referéndum del Sahara Occidental (Minurso). Cada seis meses, desde hace 29 años, la ONU renueva su mandato aunque jamás haya cumplido con su principal objetivo: organizar la consulta sobre la soberanía del Sahara Occidental prevista desde 1991.
Cada reunión en Nueva York sobre la Minurso renueva el tibio interés internacional sobre el reclamo saharaui. Los cincuenta encapuchados que bloquean la ruta que une Guerguerat con la frontera mauritana lo sabían, y querían que los ojos del mundo se paren nuevamente en ese trozo de desierto. Como ya pasó en otros tiempos. Esa zona de la frontera había sido declarada como una Franja de Amortiguación desmilitarizada en el acuerdo militar firmado entre Marruecos y el Frente Popular por la Liberación de Saguía el Hamra y Río de Oro (Polisario), el movimiento de liberación del Sahara Occidental. El gobierno marroquí había tensado la relación con los saharaui en 2001, cuando abrió ese paso fronterizo para el intercambio comercial con Mauritania. Luego en 2016 fue aún más allá, asfaltando la carretera. El Frente Polisario se declaró en alerta máxima, hubo movilización de tropas y a comienzo de 2017 se evitó una nueva guerra por la intervención del secretario de la ONU, Antonio Guterres. Pero los saharaui consideran ese paso una violación a los acuerdos de paz y un ejemplo de la condescendencia con que la Minurso trata al gobierno marroquí.
El bloqueo en Guerguerat se extendió mucho más de lo previsto. El 13 de noviembre Marruecos decidió usar la fuerza para desalojar a los civiles que mantenían el piquete. El Frente Polisario interpretó esta decisión como una violación al alto al fuego de 1991, y declaró el reanudamiento de la guerra. Mohamed Alí Alí Salem, embajador en misión de la República Árabe Saharaui Democrática en América Latina y el Caribe, lo dice sin duda alguna: “esta segunda guerra de liberación, provocada por Marruecos al hacer una brecha ilegal, y luego echar a unos manifestantes pacíficos, no va a parar hasta que los saharauis logren recuperar el resto de sus territorios ocupados por Marruecos, y que Marruecos se retire definitivamente de nuestra tierra”.
La larga espera
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Origen: El País Digital | El laboratorio saharaui