Dentro de una casa de adobe levantada con las manos, el ingenio y la paciencia de quienes todo lo han perdido menos la dignidad, dos ventanas permanecen cerradas. En lugar de cristales o cortinas, las cubren telas atadas, tensadas con nudos que buscan detener el aire abrasador. Son remiendos de vida frente al siroco, ese viento obstinado que cada día azota los campamentos y llena de arena los ojos, la piel y los sueños.
Estas telas gastadas, estas paredes que se agrietan bajo el sol despiadado de la hamada argelina, tienen una belleza que duele. En cada rincón hay una huella del esfuerzo por hacer habitable lo inabarcable, por resistir en el lugar más inhóspito del planeta. El siroco no es solo viento: es una frontera invisible que separa la nostalgia del refugio, la memoria del hogar perdido, el deseo de futuro del peso del presente.
A quienes visitamos los campamentos —una, muchas veces— nos fascina ese universo de colores y remiendos, la quietud luminosa de las jaimas, la ternura con que el pueblo saharaui convierte la escasez en forma de arte. Pero lo que para nosotros es encanto o testimonio, para ellos es supervivencia cotidiana. El polvo que al viajero le parece poético es, para quien vive allí, el enemigo íntimo que se cuela por cada rendija y obliga a reinventar una y otra vez la casa.
En esa paradoja vive la belleza de las cosas saharauis: una estética de la resistencia. Los tejidos tensados sobre las ventanas no son un gesto decorativo, sino una afirmación de vida frente al abandono y el desierto. La casa de adobe se convierte así en símbolo: un cuerpo de barro que respira, una fortaleza frágil contra el viento, una metáfora de un pueblo que sigue firme, aunque el mundo haya querido borrarlo.
Estas fotos, como tantas otras, me recuerdan que en el Sáhara nada es solo lo que parece. La calma encierra tormenta; la quietud, resistencia. Detrás de cada ventana cerrada hay una historia de polvo y esperanza, de dignidad callada. La casa de adobe, como la jaima, respira, protege, resiste. Como su pueblo. Allí donde el siroco intenta borrarlo todo, el pueblo saharaui vuelve a escribir su nombre sobre la arena.


De la FOTOTECA del Sahara Occidental de Carlos Cristóbal | Plataforma «No te olvides del Sahara Occidental»