Por Chejdan Mahmud
… Tayara tarat tarat[1]
… shofu shofu ya salam
Cada vez que resuena el zumbido estruendoso del helicóptero de la ONU, salen mis hijos corriendo para avistarlo y gritan en voz alta y saltando, el avión el avión y en seguido mi hija, que es la más pequeña, empieza a cantar la canción del avión.
… Tayara tarat tarat
… shofu shofu ya salam
Es inevitable esta escena cada vez que viene y cuando se va el helicóptero blanco de la ONU. Nosotros muchas veces nos sumamos a dicho jolgorio y otras veces nos quedamos en la penumbra de la jaima observándolos y siempre se nos salta una que otra sonrisa y, en otras ocasiones somos nosotros los que les advertimos que se oye a lo lejos el ruido del helicóptero, que, claro, para ellos es un avión, hasta el insecto que merodea por la lámpara es un avión.
Nosotros estamos afincados a quinientos metros de la sede de la ONU, donde aterriza cada dos o tres días el helicóptero que trae las provisiones a dicha sede. Nos separan de la sede de la ONU, el imponente “rio Miyek”, y al fondo de todo, se yergue el majestuoso “galb[2] Miyek”, como señor, omnipotente y omnipresente.
(…)
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