Texto: Ali Salem Iselmu. Ilustración: Fadel Jalifa
Cuando salió de su casa aquella noche de verano sabía que no iba a volver. En una pequeña caja llevaba sus objetos de mayor valor y los guardaba para que nadie pudiera verlos. Antes de dejar su tierra, miró el horizonte para captar la luz de la luna con sus ojos. Las piedras afiladas de la llanura, eran extrañas estatuas que iba observando. El coche que conducía, buscaba de forma desesperada un pequeño poblado en el que vio por primera vez un eclipse solar.
A medida que se alejaba, una extraña nostalgia lo dominaba. El paisaje cambiaba. Los árboles empezaban a escasear y las temperaturas subían unos cuantos grados. La brisa del mar que penetraba en su ciudad, estaba lejos. Aquellas flores con pétalos amarillos que solía regalar a sus amigos, las había dejado en su jardín, expuestas al paso inevitable del tiempo.
Delante de sus ojos, vio la tierra cubierta de una extraña capa de color oscuro que le recordaba los caminos que recorría de pequeño.
Cuando llegó a la meseta seca y salda. Sus ojos se cerraron. Todo el miedo que sentía cuando dormía de noche cerca de las tumbas de sus antepasados, era un recuerdo lejano. Estaba ahora frente a una tierra agrietada de color rojizo. En su interior se veían restos de caracoles fosilizados.
La ciudad de paredes blancas, y de casas anchas, no estaba ya a su alcance. Cuando llegó a aquel pozo rodeado de palmeras, se dio cuenta que …
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Artículo completo en: Generación de la Amistad saharaui: Muerte a la intemperie