Por razones de proximidad, Lanzarote, Fuerteventura y Gran Canaria concentran en la actualidad la mayoría de las comunidades saharauis de toda España.
Tres vasos de té. El primero, amargo como la vida. El segundo, dulce como el amor. El tercero, suave como la muerte. El ritual de los saharauis se repite a diario también entre los norteafricanos asentados en Canarias. «A veces tendrás que tomarte el cortado y salir corriendo porque tienes que ir a trabajar, pero en el Sáhara normalmente se toma con calma. Es un arte, un rito», explica el saharaui Ely Ould Hamdi desde el barrio lagunero de La Cuesta, en Tenerife.
La charla es distendida. Miro a Ely Ould sentada desde el suelo, sin zapatos y sobre una alfombra árabe. Por fuera todos los edificios de viviendas parecen iguales, pero en el barrio, los negocios atisban diversidad. Un bar de empanadillas argentinas corona la esquina de la avenida principal, una arepera venezolana sirve al lado y una escuela de taekwondo ofrece clases en un callejón.
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Canarias con el Polisario
Desde los primeros años de la ocupación, los canarios ya cantaban la consigna «El pueblo canario con el Frente Polisario». En las islas, se extendió el miedo a convertirse en los siguientes en ser abandonados por España, explica Anselmo Fariña, coordinador de recursos naturales de la Asociación Canaria de Amistad con el Pueblo Saharaui. El Sáhara Occidental era el punto de atraque de decenas de pescadores españoles y, en especial, canarios.
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