La gira que desenmascaró a Rabat: el asesor presidencial especial de Trump, Massad Boulos, no fue y Marruecos perdió el control del guion, por Ahmed Omar
Campos de Refugiados (ECS).- Cuando se anunció que Massad Boulos, el enviado especial del presidente estadounidense para Medio Oriente y África, iniciaría una gira diplomática por el Magreb, la prensa marroquí no tardó en proclamarlo: “Marruecos será el centro de la gira”. Titulares eufóricos en medios como Rue20, Morocco World News o Assahifa y otros, lo posicionaban como escala crucial. Se hablaba de respaldo renovado, consolidación del «plan de autonomía» y reafirmación del legado de Trump. Sin embargo, la realidad fue otra: Boulos nunca pisó Rabat.
Durante su gira fue visto en Argelia, Túnez, Libia, París y después reapareció en Washington. De Marruecos, nada. Ni una foto, ni una reunión, ni un comunicado oficial. Solo ecos propagandísticos construidos en previsión de una visita que no ocurrió. Lo más revelador de todo no fue su silencio, sino la manera en que desmontó una arquitectura diplomática levantada sobre el deseo de controlar la narrativa.
La razón principal del enfado marroquí con Massad Boulos se encuentra en dos declaraciones que Rabat interpretó como inaceptables. La primera fue mencionar la existencia de 200.000 refugiados saharauis en Argelia, una cifra que Marruecos lleva décadas intentando minimizar para restar legitimidad a su causa. ¿Cómo se sostiene la narrativa del “conflicto artificial” si se reconoce la magnitud humana del exilio saharaui? La segunda fue mucho más grave a ojos de la monarquía: Boulos declaró que era necesaria una solución rápida y permanente al conflicto del Sáhara Occidental, sin hacer de la proclamación de Trump de 2020 una base vinculante o definitiva. Para un régimen que ha invertido millones en proyectar esa proclamación como un punto de no retorno, escuchar a un asesor presidencial de EE.UU relativizarla fue un golpe frontal. ¿Se puede seguir presentando el respaldo de Trump como irreversible cuando uno de sus hombres más cercanos habla de alternativas?
Lo ocurrido con Boulos no es un caso aislado. La diplomacia marroquí lleva años aplicando una fórmula que consiste en imponer condiciones, redactar los guiones de los encuentros y censurar los términos de cualquier interlocución sobre el Sáhara Occidental. Lo han hecho con enviados personales del secretario general de Naciones Unidas, como Christopher Ross, Horst Köhler o Staffan de Mistura. A estos últimos se les ha llegado a bloquear la entrada al territorio o a imponerles listas de temas prohibidos. El modus operandi es claro: si no repites la versión oficial marroquí, no eres bienvenido. ¿Acaso intentaron aplicar ese mismo patrón con Boulos? ¿Acaso Rabat quiso imponerle condiciones, filtrar su discurso, dictarle términos? Y si fue así, ¿fue eso lo que lo empujó a saltarse la escala y regresar directamente a Washington?
Todo indica que Rabat intentó aplicar el mismo esquema. Pero no funcionó. El diplomático libanés-estadounidense optó por no prestarse a un escenario de fingida armonía. Prefirió terminar su gira en Argelia y volar directamente a Washington, dejando vacío el lugar que la propaganda marroquí ya le había reservado. La pregunta que muchos se hicieron entonces fue: ¿qué pasó con el “centro de la gira”? Si Marruecos era el eje, ¿por qué no fue visitado? ¿Dónde quedó el epicentro? ¿Se desplazó? ¿Se evaporó? ¿Puede una política exterior sostenerse sobre centros que no existen y respaldos que no se presentan?
La maquinaria propagandística, que durante años ha conseguido imponer relatos en el seno de la ONU, en Bruselas o en el Parlamento Europeo, esta vez falló. No pudo forzar una visita ni maquillar una ausencia. La realidad, sin efectos especiales, se impuso. El guion no se cumplió. La escena quedó vacía.
Un aspecto adicional que revela el desconcierto de Rabat es la insistencia en presentar a Francia como un actor central en las discusiones sobre África y el Sáhara Occidental. La narrativa marroquí intentó justificar la no-visita de Boulos apuntando a París como interlocutor privilegiado de Washington. Pero esa tesis contradice la realidad geopolítica. Francia ha sido expulsada militar y diplomáticamente de Malí, Níger, Burkina Faso, República Centroafricana y Libia. Su influencia en el continente está en ruinas. La mayoría de los países africanos ya no la consideran un actor legítimo. La única excepción es Marruecos.
En el fondo, Marruecos sigue siendo el único país africano que añora la presencia francesa en África. No solo por vínculos históricos, lingüísticos o comerciales, sino porque París sigue siendo su principal escudo en Bruselas, su megáfono en Estrasburgo y su blindaje en el Consejo de Seguridad de la ONU. La narrativa marroquí necesita una Francia fuerte para seguir respirando diplomáticamente. Pero el anhelo no se queda en lo simbólico: Marruecos trabaja activamente y con fervor para reinsertar a Francia en el corazón del continente, especialmente allí donde su presencia ha sido rechazada o erosionada. Lo hizo en los países del Sahel, donde desempeñó el rol de “broker” político —una suerte de intermediario de confianza— para facilitar el retorno francés en entornos ya hostiles.
Rabat promovió cooperación en seguridad, ofreció entrenamiento conjunto y vendió una imagen de complementariedad que servía tanto a sus intereses regionales como al deseo francés de recuperar terreno perdido. Este activismo marroquí en favor de París contrasta fuertemente con la postura del resto del continente, que, tras años de intervencionismo, tutelaje económico y humillaciones coloniales mal resueltas, decidió cerrar la puerta a la influencia francesa. En ese aislamiento creciente, Marruecos se ha convertido en el último bastión africano del proyecto francés. Y por eso insiste tanto en colocarla en el centro de cualquier conversación sobre el Magreb, el Sahel o el Sáhara Occidental, aunque la realidad continental ya no la reconozca como actor legítimo. ¿Es entonces Francia un socio africano o un fantasma que Rabat se empeña en resucitar?
Lo que ocurrió con la gira de Boulos no fue un descuido ni una omisión logística. Fue una decisión política con un mensaje claro: hay actores internacionales que ya no aceptan guiones prefabricados. Que no se prestan a coreografías diplomáticas impuestas. Que no están dispuestos a repetir eslóganes redactados en Rabat. Y cuando eso ocurre, ni los titulares ni las olas mediáticas logran cambiar los hechos.
Esta vez, Marruecos no controló el relato. Y el silencio de Boulos habló más fuerte que cualquier declaración. ¿Fue un gesto de ruptura? ¿Un castigo implícito? ¿Una advertencia? ¿O simplemente el resultado de una agenda mal gestionada por un régimen que ya no inspira confianza? El tiempo nos lo dirá. Pero si algo ha quedado claro, es que cuando Marruecos actúa como un don de la mafia que padece esquizofrenia —entre amenazas, teatralidad y victimismo— las razones profundas no tardan en revelarse. Solo hay que saber observar el silencio. Porque cuando el ruido ya no logra tapar los hechos, la verdad se cuela por las grietas del espectáculo.