Nació de una idea que sus vecinos consideraron una ocurrencia. “Es que no acepto la marginación de nadie. Ya, todos juntos, somos una minoría. Si empezamos a dejar a personas fuera de la sociedad, ¿qué se puede esperar de nosotros?”, dice Buyema Fateh, pertrechado de una voluntad de hierro. La aventura que creció de aquella determinación ocupó, primero, una habitación. Entre unas cuatro paredes similares a las que durante años sirvieron de cárcel para los excluidos. “De aquella habitación a esta institución que ve”, desliza, orgulloso, su fundador y actual director.
Buyema camina y habla deprisa, como si no tuviera tiempo que perder. Como si cada segundo contara. Su centro, al que acuden varias decenas de discapacitados de la zona, emerge como un espejismo en un árido promontorio en Smara, una de las wilayas (provincias) que componen los campamentos de refugiados saharauis. Hace 46 años la hamada argelina, un terruño pedregoso y estéril, se convirtió en el espacio de destierro de los habitantes del Sáhara Occidental, la colonia española ocupada desde entonces por Marruecos.
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