El Sáhara Occidental no es solo el escenario de una ocupación militar extranjera; es también víctima de una poderosa maquinaria de silencio tejida con complicidades políticas, intereses económicos y vergonzosos cálculos geoestratégicos.
Un conflicto deliberadamente invisibilizado por los grandes medios de comunicación internacionales, especialmente europeos y estadounidenses, que apenas mencionan las violaciones diarias de derechos humanos en las ciudades del Sahara occidental ocupado, las detenciones arbitrarias, las torturas o los asesinatos selectivos perpetrados mediante drones israelíes en los territorios liberados. Todo ello sucede sin escándalo, sin presión mediática, sin titulares. La causa saharaui no vende. No interesa a los grandes lobbies energéticos ni a las cancillerías occidentales.
El papel de España y Francia en esta tragedia es especialmente indignante. España, como potencia administradora de iure del territorio, no solo ha abandonado su responsabilidad histórica, sino que ha sellado su traición con pactos vergonzosos con Rabat, aceptando el chantaje migratorio y las falsas promesas de estabilidad en Ceuta, Melilla y Canarias. La Moncloa ha entregado al pueblo saharaui a cambio del silencio de sus probables escándalos (PEGASUS) y de una supuesta contención de la presión migratoria en sus fronteras sur.
Francia, por su parte, sigue dando el mayor respaldo diplomático de Marruecos en Naciones Unidas, bloqueando cualquier iniciativa que cuestione la “soberanía marroquí” sobre el Sáhara Occidental o que reabra la vía de un referéndum de autodeterminación. París defiende sus intereses económicos y estratégicos en la región a costa del derecho del pueblo saharaui a decidir su propio futuro.
Al otro lado del Atlántico, Washington ha bendecido la ocupación con su vergonzoso reconocimiento de la “marroquinidad” del Sáhara, fruto de un acuerdo sucio que incluye la normalización de relaciones entre Marruecos e Israel. Una maniobra geopolítica que ignora flagrantemente el derecho internacional y las resoluciones de la ONU. Para la Casa Blanca, lo importante es consolidar su alianza con dos socios clave en el tablero de África y Oriente Próximo, aunque sea a costa de sacrificar al pueblo saharaui.
Y mientras tanto, Bruselas calla. Calla mientras sus empresas pesqueras saquean las aguas saharauis, mientras se exporta arena para hormigonar ciudades europeas o fosfatos para fertilizar campos en Occidente. Calla porque el saqueo del Sáhara beneficia directamente a la economía de la Unión Europea. La frontera sur se mantiene blindada, los contratos fluyen y las relaciones con Marruecos permanecen estables. Todo vale para proteger el negocio.
El pacto de silencio es global. Gobiernos, empresas y medios de comunicación participan, de una forma u otra, en esta trama de complicidad que pretende condenar al pueblo saharaui a la invisibilidad y al abandono. Pero a pesar de todo, la resistencia saharaui persiste. Y con ella, la esperanza de que algún día la verdad rompa este muro de silencio y el derecho a la autodeterminación se imponga sobre la traición.
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