Lala Saleh es una mujer que habita en una gran memoria. Recuerda una tierra saharaui que nunca conoció, la primera risa de su hermana Mariam, y a todas las personas que desde 1993 han visitado la jaima de su madre, que ahora también es suya. La primera mujer que llegó a su casa se llamaba Izaskun, con quien Lala tuvo contacto hasta que falleció hace unos años. Con el tiempo, aparecieron nuevos visitantes y han hospedado hasta a 22 personas en la jaima. “No hay día que no piense en ellos. En todos los que vinieron antes y en todos los que están llegando después”, sonríe.

Para ella, los vuelos a los campamentos constituyen una fiesta, un momento de ilusión, ya que, de pronto, “acoges a muchas personas que se convierten en tu familia. Te enseñan su cultura, sus tradiciones, te cuentan cómo piensan. He aprendido que hay distintas formas de amar”, reconoce. Durante las largas conversaciones nocturnas, Lala escucha, aconseja y debate con sus invitados como si siempre hubieran pertenecido a su casa. Ella lo ve así: “Son familia, y la familia es lo más importante”, apunta. Aunque solo se vean una semana, aunque tenga que esperar durante un año a que regresen, aunque quizá no los vuelva a ver. “Cuando marchan, pienso y espero que pasen los días hasta el año que viene. Mientras tanto, trato de mantener el contacto”, comenta.
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