Texto: Ali Salem Iselmu, periodista y escritor saharaui. Cuadro Óleo del artista saharaui Fadel Jalifa
Iba solo en medio de la espesa niebla, quería repasar con mis ojos, pequeños detalles que solo yo sabía encontrar. Quería ver los secretos de aquel largo camino. Cierto miedo sentía, cuando miraba atrás y todo desaparecía. Los árboles eran unas figuras pálidas y fantasmagóricas, el río estaba cubierto por aquellas partículas de agua en suspensión. Aquella tierra que había recorrido tantas veces, había desaparecido.
No encontraba las montañas, ni aquel pueblo de tejados rojos que estaba incrustado en la pequeña elevación. De repente me vino la imagen de aquel paisaje plano, en el que las piedras se mezclaban con la fina arena. Aquello parecía por unos momentos, un lugar oscuro e impredecible.
De pequeño mi abuelo me había enseñado a observar el viento de arena, me había dicho que cuando empezaba a soplar. Nadie debía seguir caminando. Incluso los avestruces, los chacales y las hienas se quedaban quietos.
En cambio yo estaba caminando, experimentando una profunda felicidad. Todo era imaginario en ese momento. El ladrido de los perros, el hombre de la bicicleta que a veces me saludaba, pero esta vez parecía que le había entrado pánico. Incluso me miró de forma insegura, buscaba una respuesta rápida, de alguien que había salido de la plena oscuridad.
Seguí caminando, buscando lógica al silencio de mis pasos, al calor de mis entrañas. Quería un abrazo, una palabra, pero estaba solo ante el peligro de un paisaje que ya no conocía, ni dominaba.
El camino se estrechaba ante mis ojos, la tierra estaba cubierta por una extraña bruma húmeda que lo invadía todo. Yo quería tocar el tronco de aquel árbol, mirar las ovejas pastar, tocar la pequeña valla con mis manos. Pero todo desapareció.
(…)
Origen: «Los secretos del camino», relato de Ali Salem Iselmu >> Y… ¿dónde queda el Sáhara? >> Blogs EL PAÍS