El Majzen (sádico círculo oligárquico que –de facto– es el verdadero poder que dirige y mueve todos los hilos de la política marroquí) solucionó su dilema: Mohamed VI solo debe mostrarse en público como el Monarca supremo que –teóricamente– rige los designios de Marruecos (dando continuidad a la dinastía alauí) y, paralelamente, seguir viviendo en su burbuja personal de holganza y diversión, sin alterar ni un ápice, su rutina de excesos, ostentación y derroche.
En cuanto al asunto del Sahara, Mohamed VI tampoco debe preocuparse. En su nombre, El Majzen ha diseñado un novedoso y magnífico plan que, además de autoamortizarse, empezará a generar ganancias inmediatamente después de su puesta a punto: Dado que no se ha logrado vencer a los saharauis en la guerra, y el statu quo (mantenido en el tiempo) de una tregua indefinida, tampoco ha conseguido desgastarlos; es el momento de recurrir a la Unión Europea, usándola como la “rampa perfecta” para relanzar sus tesis anexionistas y apropiarse del Sahara.
La próspera Unión Europea, un bloque compacto, democrático, moderno y solvente; es la “llave maestra” que Marruecos necesita para sortear la “verja” de la legalidad internacional. Es el aval definitivo que Marruecos debe esgrimir en el nebuloso escenario político internacional, para apoderarse del Territorio No Autónomo del Sahara Occidental.
Complacido con estas dos condiciones (“telerreinar” sin renunciar a su extravagante estilo de vida, e instrumentalizar a la UE para conquistar el Sahara) Mohamed VI es coronado Rey de Marruecos y adornado con los títulos (que ostentaba su padre) de “Emir de los creyentes” –en realidad de los crédulos– y “presidente del Comité Al Quds (Jerusalen)” que, posteriormente, pondría a disposición de Netanyahu como prueba inequívoca de adhesión y reciprocidad en lo que a la ocupación se refiere; y da luz verde al Majzen para ejecutar, sin demora, el plan trazado por éste, empleando para ello “todos los medios necesarios”.
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