Efectivamente, Hasan II consigue desviar drásticamente la atención del pueblo y del ejército, pero –para su pesar–solo para focalizarla en una cruenta guerra en la que, los que él consideraba “un puñado de nómadas”, convertirán en una pesadilla terrible “El Dorado” con el que soñaba.
A finales de los años ochenta, Hasan II, a pesar del apoyo explícito y generoso de Estados Unidos, Francia, España, las tiranías árabes del Golfo y la Entidad Sionista; llega a la conclusión de que es imposible someter el Sahara por la fuerza de las armas. Cambia de estrategia y se decanta por la maniobra política de lo que se ha dado en llamar el “Plan de Arreglo”, usando como pantalla a las Naciones Unidas y la Organización de la Unidad Africana (Unión Africana actualmente) a las que invoca para lograr un alto el fuego interminable que –de eso Hasan II está completamente seguro– acabaría por desgastar a los irreductibles beduinos del Sahara.
La Historia se encargaría de desmentirlo categóricamente: Ocho años después de decretarse el alto el fuego (que duraría 29 años) Hasan II se lleva con él a la tumba su sueño de ver subyugado el Sahara Occidental.
“A rey muerto, rey puesto”, de esto no cabe ninguna duda, pero hay un problema: Mohamed VI –viva antítesis de su padre– no quiere ser rey; y la Corona que ha heredado le pesa como una losa que le obligará a renunciar a su estilo de vida (una fiesta eterna en la que las noches parisinas y bruselenses se alternan con días ociosos en parajes paradisíacos, yates y coches de lujo). Además, junto con el trono, su padre le ha legado el “nudo gordiano” del Sáhara que (después de 24 años) ni siquiera él, con su carisma, ingenio maquiavélico y sagacidad reconocida, consiguió solventar.

El Majzen (sádico círculo oligárquico que –de facto– es el verdadero poder que dirige y mueve todos los hilos de la política marroquí) solucionó su dilema: Mohamed VI solo debe mostrarse en público como el Monarca supremo que –teóricamente– rige los designios de Marruecos (dando continuidad a la dinastía alauí) y, paralelamente, seguir viviendo en su burbuja personal de holganza y diversión, sin alterar ni un ápice, su rutina de excesos, ostentación y derroche.

En cuanto al asunto del Sahara, Mohamed VI tampoco debe preocuparse. En su nombre, El Majzen ha diseñado un novedoso y magnífico plan que, además de autoamortizarse, empezará a generar ganancias inmediatamente después de su puesta a punto: Dado que no se ha logrado vencer a los saharauis en la guerra, y el statu quo (mantenido en el tiempo) de una tregua indefinida, tampoco ha conseguido desgastarlos; es el momento de recurrir a la Unión Europea, usándola como la “rampa perfecta” para relanzar sus tesis anexionistas y apropiarse del Sahara.

La próspera Unión Europea, un bloque compacto, democrático, moderno y solvente; es la “llave maestra” que Marruecos necesita para sortear la “verja” de la legalidad internacional. Es el aval definitivo que Marruecos debe esgrimir en el nebuloso escenario político internacional, para apoderarse del Territorio No Autónomo del Sahara Occidental.

Complacido con estas dos condiciones (“telerreinar” sin renunciar a su extravagante estilo de vida, e instrumentalizar a la UE para conquistar el Sahara) Mohamed VI es coronado Rey de Marruecos y adornado con los títulos (que ostentaba su padre) de “Emir de los creyentes” –en realidad de los crédulos– y “presidente del Comité Al Quds (Jerusalen)” que, posteriormente, pondría a disposición de Netanyahu como prueba inequívoca de adhesión y reciprocidad en lo que a la ocupación se refiere; y da luz verde al Majzen para ejecutar, sin demora, el plan trazado por éste, empleando para ello “todos los medios necesarios”.

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