Sáhara Occidental: colonialismo, trabajo y complicidad imperialista – Dra. Isabel Lourenço* en The Pan Afrikanist

Sáhara Occidental: colonialismo, trabajo y complicidad imperialista – Dra. Isabel Lourenço* en The Pan Afrikanist
En 2025, conmemoramos 50 años de la ocupación ilegal del Sáhara Occidental por parte de Marruecos: una ocupación colonial sustentada por un aparato militar represivo, una política deliberada de sustitución demográfica y, sobre todo, una red de complicidad internacional. Es una colonia en el pleno sentido marxista del término: un territorio explotado, dominado y manipulado al servicio de los intereses económicos y geopolíticos de una metrópoli alineada con el imperialismo.

La característica esencial del colonialismo es la negación del derecho de los pueblos a la autodeterminación y el uso de la fuerza para mantener una relación desigual que beneficia a la potencia ocupante. En el caso del Sáhara Occidental, esta definición se aplica plenamente. Marruecos actúa como una extensión de los intereses imperialistas —en particular los de Francia, España y Estados Unidos— a cambio de reconocimiento, armas, apoyo diplomático y protección económica. Su presencia en el territorio es una extensión de la lógica capitalista, que requiere territorios y recursos sometidos para impulsar la acumulación en las metrópolis.

La complicidad de estas potencias es total. Francia sigue siendo el principal aliado diplomático de Marruecos, utilizando su puesto en el Consejo de Seguridad de la ONU para bloquear cualquier avance significativo hacia la autodeterminación saharaui. Estados Unidos, además de suministrar armas —incluidos misiles Stinger y tecnología de vigilancia—, reconoció unilateralmente la legitimidad de la ocupación, en flagrante desacato a las resoluciones de la ONU. España, la antigua potencia administradora, mantiene una postura de rendición activa, cediendo a los intereses comerciales y energéticos con Marruecos y abandonando sus responsabilidades legales y morales hacia el pueblo saharaui.
La ocupación del Sáhara Occidental no es solo militar o política, sino también profundamente económica. Marruecos utiliza los territorios ocupados para gestionar su excedente de mano de obra nacional, reubicando a los trabajadores marroquíes en sectores como la administración, la minería y la pesca, mientras que los saharauis son sistemáticamente excluidos del empleo público, sometidos a un desempleo estructural y perseguidos cuando intentan organizarse. El objetivo es claro: desplazar, eliminar, reemplazar. Esto no es la clásica explotación de la mano de obra indígena; es su eliminación como sujeto económico y político.

El caso del Sáhara Occidental representa una manifestación contemporánea del colonialismo, caracterizado por la negación del derecho a la autodeterminación y la explotación de los recursos en beneficio de potencias extranjeras. Marruecos, en calidad de potencia ocupante, actúa como extensión regional de intereses imperialistas —particularmente de Francia, Estados Unidos, España e Israel— a cambio de apoyo diplomático, militar y económico. Esta ocupación, sostenida por una alianza transnacional, combina mecanismos de represión, desplazamiento poblacional y exclusión estructural del pueblo saharaui. Se destaca, además, el papel activo de los aliados internacionales en el sostenimiento del statu quo: desde el bloqueo diplomático en la ONU, pasando por el suministro de armamento y tecnología, hasta la complicidad empresarial en la explotación ilegal de recursos saharauis. (A modo de resumen de NOTEOLVIDES)


Desde que Marruecos violó el alto el fuego en 2020, el territorio ha vuelto a entrar en estado de guerra. El ejército marroquí ha utilizado drones armados para atacar a civiles saharauis, incluidos menores, en las zonas liberadas y cerca de los campos de refugiados. Estos crímenes de guerra son ignorados, o incluso encubiertos, por los aliados occidentales de Rabat, que siguen brindando apoyo político y militar al régimen.

Casos como el de Sidi Abdallah Abbahah, encarcelado desde 2010 y en régimen de aislamiento prolongado desde 2018, u otros miembros del grupo Gdeim Izik, como Abdeljalil Laaroussi y Mohamed Bourial, demuestran una política de represión sistemática, tortura prolongada y negación de atención médica, prácticas condenadas por organismos de la ONU como el Comité contra la Tortura. Sin embargo, Marruecos ignora sistemáticamente estas decisiones, con el silencio cómplice de sus socios internacionales.

La lucha del pueblo saharaui encarna directamente lo que Lenin llamó el derecho de las naciones oprimidas a la liberación nacional. En la opinión de Lenin, una verdadera revolución proletaria no puede existir sin una postura firme de apoyo a las luchas anticoloniales. La revolución global exige una solidaridad activa con todos los pueblos que luchan contra el colonialismo y el imperialismo. El Sáhara Occidental es hoy uno de estos focos de resistencia, que se enfrenta a un sistema global de dominación sostenido por el capital y las alianzas entre las élites locales y las potencias extranjeras.

Denunciar lo que ocurre en el Sáhara Occidental no es solo un acto de solidaridad, sino una obligación revolucionaria. Ignorar esta realidad es alinearse, por omisión, con el imperialismo y la violencia colonial que este perpetúa. La liberación del pueblo saharaui no provendrá de concesiones diplomáticas entre capitales. Surgirá de la persistencia en su lucha, del apoyo internacional consciente y del inevitable colapso de un sistema que niega la soberanía a los pueblos al servicio del lucro. Es hora de romper el silencio. Es hora de decirlo con claridad: el Sáhara Occidental es una colonia y debe ser liberado.


El texto enmarca la ocupación dentro del concepto de subimperialismo, donde Marruecos, como Estado semiperiférico, reproduce la lógica de dominación del capital global sobre territorios y pueblos vulnerables, particularmente en África Occidental. Este enfoque permite comprender que la causa saharaui trasciende la categoría de conflicto regional y debe ser abordada como parte de las contradicciones estructurales del sistema capitalista global: colonialismo, militarización, extractivismo y racismo. La articulación entre Marruecos e Israel profundiza esta lógica mediante la transferencia de tecnología represiva y estrategias de control demográfico. En este contexto, la liberación del Sáhara Occidental no constituye solo una reivindicación nacional, sino un componente esencial de la lucha antiimperialista contemporánea. (A modo de resumen de NOTEOLVIDES)


Como escribió Karl Marx, «una nación que oprime a otra jamás podrá ser libre». La opresión colonial no es solo una cuestión de poder político, sino una estructura económica que niega la autodeterminación y utiliza el territorio y a la gente como herramientas de acumulación para la metrópoli. En el Sáhara Occidental, esta acumulación se reparte entre Marruecos y los centros imperialistas que lo sustentan.

Un elemento central de la ocupación es la creciente colaboración entre Marruecos e Israel, una alianza que ha existido desde el inicio de la ocupación, pero que se ha hecho pública e institucionalizada en los últimos años. El suministro de drones, tecnología de vigilancia, armas y asesores militares al Majzen es solo un aspecto. Empresas israelíes como Ratio Petroleum participan ahora en la exploración petrolera en aguas saharauis, violando el derecho internacional y profundizando el saqueo colonial con total impunidad.

Es común en círculos progresistas celebrar la liberación de los pueblos africanos y recordar las luchas anticoloniales del siglo XX. Sin embargo, el caso del Sáhara Occidental sigue siendo una herida abierta: uno de los pocos ejemplos de colonialismo heredado que aún perdura en el mundo. Su especificidad es brutal: no se trata simplemente de una ocupación militar, sino de una cadena de colonialismo sustentada por nuevas formas de dominación transnacional: armada, enérgica, diplomática y simbólica.

En los últimos años, hemos presenciado la expulsión de Francia de varios países del Sahel, como Malí, Burkina Faso y Níger. Sin embargo, la sustitución de esa influencia por Marruecos representa la continuación del mismo yugo bajo una bandera diferente. El proyecto de acceso al Atlántico que supuestamente ofrece Marruecos a estos países implica el uso del puerto de Dajla, ubicado en territorio saharaui ocupado. Esto no es soberanía africana: es colonialismo reciclado, con Marruecos actuando como el brazo operativo del imperialismo francés en el continente.

Esta relación entre Marruecos e Israel es más que una alianza táctica: es una sinergia estratégica de intereses coloniales. Ambos regímenes practican formas de colonialismo de asentamiento —uno en el Sáhara Occidental, el otro en Palestina— y comparten conocimientos represivos, tecnología militar y prácticas de control demográfico. Lo que se exporta al Sáhara Occidental no son solo armas, sino también métodos de dominación, mecanismos de silenciamiento e ingeniería demográfica, todo ello con el respaldo y la financiación de las potencias occidentales.

La presencia de empresas israelíes en los sectores energético y de seguridad de los territorios ocupados refuerza aún más la integración de Marruecos en una red de dominación imperialista que instrumentaliza el territorio saharaui con fines completamente ajenos al desarrollo local. Es la continuación de una lógica en la que los pueblos colonizados son tratados como obstáculos logísticos o daños colaterales en el proceso de expansión capitalista y control geoestratégico.

Esta realidad demuestra que el caso del Sáhara Occidental no es simplemente una cuestión de autodeterminación, sino un problema estructural del orden global. La continuación de la ocupación contribuye al sistema de dominación global. Francia garantiza la cobertura diplomática. Estados Unidos proporciona armas y el silencio de la ONU. Israel aplica modelos de represión probados. Marruecos actúa como el gestor local y la imagen pública de este plan colonial multinacional.

La izquierda internacional, en particular los marxistas-leninistas, no puede seguir tratando la causa saharaui como algo secundario. Esta lucha sintetiza las contradicciones del capitalismo global: la expropiación de recursos, la militarización, el colonialismo, el racismo y la colusión entre las élites locales y las potencias imperialistas. La liberación del Sáhara Occidental representa más que la victoria de un pueblo. Representa el colapso de una cadena de explotación y el surgimiento de nuevas posibilidades históricas en el continente africano.

El papel de Marruecos en el norte y oeste de África encaja perfectamente en el concepto de subimperialismo, formulado por el teórico marxista Ruy Mauro Marini. Según Marini, el subimperialismo se produce cuando un país periférico o semiperiférico del sistema capitalista global actúa como agente regional del imperialismo, manteniendo al mismo tiempo su dependencia del capital extranjero. Estos países no solo internalizan la lógica de la dominación imperialista, sino que también la reproducen en relación con sus pueblos vecinos o más vulnerables, funcionando como extensiones locales del orden capitalista global.

Marruecos cumple todos estos criterios. Está profundamente integrado en la estructura imperialista: socio privilegiado de la Unión Europea, aliado estratégico de Estados Unidos y estrecho colaborador militar y tecnológico de Israel. Este trío garantiza a Rabat el apoyo diplomático, el acceso a armamento avanzado, la cobertura en foros internacionales y la inversión económica. A cambio, Marruecos desempeña el papel de gendarme regional, controlando los flujos migratorios, reprimiendo los movimientos políticos internos y externos y garantizando la estabilidad geoestratégica en beneficio de las potencias occidentales.

La ocupación del Sáhara Occidental es la expresión más clara de esta función subimperialista. Marruecos no solo coloniza un territorio violando el derecho internacional, sino que también transforma la ocupación en una herramienta de proyección regional. El ejemplo más reciente es el llamado proyecto de «acceso al Atlántico», ofrecido por Marruecos a los países del Sahel —incluidos Malí, Burkina Faso y Níger— a través del puerto de Dajla, ubicado en territorio saharaui ocupado. Esta iniciativa, presentada como cooperación regional africana, no es más que una nueva forma de someter a los pueblos liberados de un yugo colonial (el francés) a otro (el marroquí), reafirmando a Marruecos como el brazo operativo del imperialismo francés en África.

La alianza con Israel refuerza esta lógica. Más allá del suministro de drones y tecnología de vigilancia, la presencia de asesores militares israelíes en el Majzen y la adjudicación de contratos de exploración petrolera en aguas saharauis a Ratio Petroleum ponen de relieve la naturaleza colonial, securitaria y extractivista de la ocupación. Este es un claro ejemplo de la transferencia de métodos y estructuras coloniales entre regímenes que comparten una lógica común de represión y usurpación territorial: un verdadero «eje de ocupación». A cambio, Marruecos ofrece apoyo político y logístico al régimen sionista.

En este sentido, el caso del Sáhara Occidental no puede considerarse un conflicto aislado o regional. Representa una estructura subimperialista articulada con el imperialismo global. El subimperialismo marroquí no solo oprime al pueblo saharaui, sino que también sirve para preservar un sistema que niega la verdadera liberación a todos los pueblos explotados de la región. Combatirlo es parte fundamental de la lucha antiimperialista de nuestro tiempo.

————————-

* La Dra. Isabel Lourenço es investigadora del Centro de Estudios Africanos de la Universidad de Oporto, Portugal. Está especializada en Estudios Africanos, Colonialismo, Derecho Internacional y Derechos Humanos.

Origen: Western Sahara: Colonialism, Labor, and Imperialist Complicity