Sánchez, Europa y el Sáhara Occidental – naiz: Iritzia | Opinión, por Jesus L. Garay

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Sánchez, Europa y el Sáhara Occidental – naiz: Iritzia | Opinión, por Jesus L. Garay
Jesus L. Garay
Miembro de Asociación de Amigos y Amigas de la RASD

Necesitamos toda la fuerza de la solidaridad y toda la voluntad política democrática para parar este golpe del neocolonialismo, desmontar los argumentos falaces de la oportunidad política y la falsa compasión humanitaria que ha desplegado el PSOE y poner en marcha una movilización social y política efectiva.

Cuando han pasado tres meses desde que Marruecos filtrara la carta de Pedro Sánchez en la que el Gobierno español modificaba su postura formal sobre la cuestión del Sáhara Occidental, los ecos de las reacciones que ha provocado este giro, lejos de apaciguarse, siguen estando en primera línea de las declaraciones políticas y mediáticas, esta vez al hilo de la suspensión por parte de Argelia del tratado de amistad y cooperación con España.

La decisión del Gobierno español tiene, sin duda, muchas derivadas que sería imposible abarcar de forma breve, como imposible resulta hacer frente a la multitud de desatinos que se han vertido y se vierten al comentar los diversos aspectos de este asunto.

Se han comentado, sobre todo, las implicaciones que puede tener la posición del gobierno en la política interna del Estado; pero más allá declaraciones y mociones genéricas, si algo ha quedado claro en esta cuestión es que los partidos que integran o apoyan a este gobierno son incapaces –¿o puede que simplemente no tengan voluntad real?– de hacer revertir la decisión de reconocer implícitamente la soberanía marroquí sobre la colonia española. Igualmente, parece que las organizaciones sociales no hemos sabido vehicular la simpatía y solidaridad que suscita la causa saharaui en la inmensa mayoría de la población hacia una expresión clara de rechazo o de indignación. Aunque, como demuestra la decisión de Argelia, nunca es tarde para retomar la iniciativa.

Sin embargo, las últimas decisiones argelinas ponen de relieve una dimensión casi silenciada por el ruido que han provocado las formas y los tiempos elegidos para dar a conocer la decisión del gobierno. En efecto, en el plano internacional, las declaraciones de apoyo a la ocupación marroquí revelan que la decisión no es fruto de un simple «calentón» del Sr. Sánchez, como algunos medios pretenden calificar –aunque algo de improvisación parece claro que hay– ni tampoco, como se hace sobre todo desde las redes sociales, una simple rendición al chantaje brutal de Marruecos –que también–.

El posicionamiento actual del Gobierno español es el resultado de un esfuerzo estratégico de largo alcance para consolidar en el Magreb árabe una relación de fuerzas definitivamente favorable a los intereses neocoloniales del occidente capitalista. Este esfuerzo, liderado inicialmente por Estados Unidos, como corresponde a su condición de potencia hegemónica, tuvo su máxima expresión en la declaración de un presidente saliente, Donald Trump, aceptando la soberanía de Marruecos sobre el Sáhara Occidental a cambio del restablecimiento pleno de relaciones entre el reino de Marruecos y el estado de Israel.

En el actual orden internacional, sin embargo, el control geopolítico de esta zona del norte de África no le corresponde directamente a USA, sino a Europa. No a esa Europa constructora de derechos y valores democráticos que nos quieren vender, sino a la Europa de las necropolíticas migratorias, subsidiaria de la OTAN y heredera del colonialismo más reciente, que se desliza en los últimos años hacia la ultraderecha ideológica.

Muchas de las reacciones de responsables políticos sobre la ruptura de relaciones de Argelia con España demuestran que, en el fondo, la visión que Europa tiene de África apenas ha cambiado desde la conferencia de Berlin de 1885 y, que igual que USA con América Latina, sigue tratando al continente africano como su patio trasero: una especie de enorme finca de donde extraer los recursos necesarios para su desarrollo económico y social y en el que los habitantes y dirigentes africanos deberían limitarse a cumplir eficazmente con esa labor.

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