Víctimas saharauis del mayor campo de minas antipersona del mundo: «Lo que nos pasó es inhumano» | Diario Público

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El Barrio de la Solidaridad acoge en los campamentos de refugiados de Tinduf a los heridos por explosiones de los millones de artefactos que permanecen enterrados en torno al muro que Marruecos construyó durante una guerra que terminó hace 30 años

Ahmed Fail Hussen, víctima de una mina puesta por Marruecos. SANTIAGO REVIEJO.
Ahmed Fail Hussen, víctima de una mina puesta por Marruecos. SANTIAGO REVIEJO.

Hay algo mucho más antiguo que la covid-19 y que causa muchos más estragos en aquellas partes del mundo donde se ha extendido. Es un ‘virus’ explosivo creado por el ser humano que estalla de pronto bajo los pies, sin avisar, como un objetivo fijado al azar desde una mira telescópica de precisión, pero ciega. Son las minas antipersona que permanecen ocultas años después de terminada una guerra y el pueblo saharaui conoce muy bien sus efectos. Antes de que los campos de refugiados se cerraran con la pandemia para evitar una propagación del coronavirus que podría ser demoledora en los campamentos, Público pudo hablar con las víctimas de esas minas.

El Barrio de la Solidaridad es el remedio para esa barbarie, el refugio para las víctimas saharauis de las minas antipersona que por millones siguen agazapadas bajo las arenas del desierto del Sahara 30 años después del fin de la guerra entre Marruecos y el Frente Polisario. Personas mutiladas que en algunos casos también han perdido la vista, el oído, algún órgano, tras una explosión inesperada cuando pastoreaban sus cabras o sus camellos, cuando viajaban en un vehículo, pueden llevar ahora una vida digna en este centro adaptado a sus problemas de movilidad, problemas que se hacen enormes en las muy precarias condiciones de los campamentos de refugiados en el desierto argelino de Tinduf.

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