Sidi Maatala.
ECS. Madrid. | El régimen marroquí desconoce que distorsionar los hechos históricos y cuestionarlos es la mejor manera de defenderlos. La conclusión de la ocupación del Sáhara Occidental importa porque de ella depende la cohesión político-económica de la región del Magreb y en consecuencia la estabilidad del Mediterráneo, pero sobre todo porque crea el paréntesis (enormemente necesario en un mundo dominado por patrones neoliberales) que permite comprobar que el imperio de la ley y del derecho internacional se antepone a los intereses económicos como eje rector de las relaciones internacionales.
Tras una sucesión de crisis diplomáticas y políticas que han dejado a Marruecos al borde de iniciar una segunda guerra con otro vecino (Argelia) al bombardear a través de drones israelíes y asesinar civiles argelinos, el régimen alauí recurre a la desesperada a Francia e Israel, acelerando una serie de encuentros entre ministros y la celebración de acuerdos económicos y militares ante el frágil escenario en el que se ha colocado por su inmadurez política. Esta apresura en llamar a sus aliados de Occidente y Oriente a la región no viene sino a revelar que Marruecos, por sí solo, no puede pugnar por la hegemonía del Magreb contra Argelia sino que lucha por mantener el equilibrio de poder contra su vecina, poder ya debilitado y mermado tras las últimas acciones de Argelia (suspensión de contratos estatales, corte gasístico, cierre fronterizo en Figuig y El Arja e.t.c).
Sin embargo todo se ve más claro cuando la carrera entre ambos países magrebíes deja a Marruecos en serios problemas que devendrán en peores: con una crisis económica sin precedentes según The Economist junto a una deuda externa que no para de aumentar y que se verá exacerbada por las consecuencias del corte gasístico, ha destinado la mayor partida de su historia a armamento, que a pesar de ser la más voluminosa, supone solo la mitad de la que destina Argelia.
Tras calentar la región por encima de sus posibilidades, el régimen marroquí intentó primero introducir a Israel en la UA, y cuando empeoraron los asuntos recurrió a las monarquías autocráticas del Golfo, a una pusilánime España y a una Europa diplomáticamente desequilibrada, que, si bien intentaron intermediar en un primer momento, una sola advertencia de Argelia aseverando que »no aceptará la injerencia en sus asuntos internos» sirvió para que Marruecos comprendiera que había cruzado la línea roja. Hipotecó durante tres décadas el futuro de la Unión del Magreb Árabe al prolongar la espantosa ocupación del Sáhara Occidental, mantuvo una posición hostil que ha ido acentuándose con el tiempo y supone un foco de tensión en la región; tanto en el Mediterráneo y el Atlántico (inmigración y narcotráfico) como en el Norte de África (guerra con la República Saharaui, relaciones suspendidas con Argelia que prometió represalias tras ser masacrados 3 de sus civiles y amenaza con anexionar tierra de sus vecinos más directos; Mauritania (La Güera) y España (Ciudades autónomas de Ceuta y Melilla).
Por otro lado los aliados de Marruecos no gozan de una buena posición: un creciente repudio a Francia en el Sahel le ha llevado a perder peso diplomático en África, férreo rechazo a la propuesta marroquí de incluir Israel como estado observador en la UA y la intermediación solicitada fue neutralizada por Argelia. De ahí que muy probablemente colmen con armas modernas al reino alauí, si antes no estalla su economía, para mantener el poder de disuasión.