Bubisher | RECUERDOS DE UN MAESTRO DE LA ESCUELA NÓMADA Nº 4

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Cuando el avión tomó tierra en la pista, a la vez que sentía un estremecimiento que me recorrió todo el cuerpo para ubicarse en la zona del estómago, me subió a la boca ese sabor metálico característico que precede a la primera toma de contacto con lo desconocido. Estaba tan anonadado, tan confuso, que mi compañero de viaje tuvo que darme un ligero codazo para que me pusiera en marcha y procediéramos a coger nuestro equipaje de mano y a abandonar el avión. La toma de contacto con el exterior fue de las que no se olvidan. Empecé a sentir cierta desorientación desde el momento en que me asomé a la puerta del aparato, allí, en lo alto de la escalerilla. Todo, allá fuera, era de un color amarillo, como nunca había visto otro igual y la luz del día resultaba torturadora, incluso, inhumana. Hacía daño. Pensamientos contradictorios no paraban de asaltarme al tiempo que descendía por la escalerilla. No era que me había fatigado el viaje desde Madrid, vía Las Palmas, no, eso no, desde luego. Creo que el malestar y el estremecimiento habían empezado en el mismo momento en que el avión dejaba el Atlántico, con sus aguas azuladas, y comenzaba a sobrevolar el desierto. Aquella aridez, aquel amarillo rabioso de la arena, y aquella luz, aquella luz hería tanto los ojos como cuando alguien en plena oscuridad de la noche enciende una cerilla. Esa ceguera momentánea que produce el fósforo era la sensación que me produjo la visión del desierto desde arriba. Descendí hasta la misma pista sin dejar de mirar a derecha e izquierda. Todo era, a mi parecer, tan turbador, tan desconcertante, tan inquietante, en suma, que caminaba como un autómata. La azafata, al frente, nos guió hasta las instalaciones del aeropuerto, que se me antojaron de chapa, al menos las paredes y el techo no parecían ser de mampostería. Sí, aquello era una especie de chapa ondulada, como el fuselaje de aquellos aviones de la guerra, pero chapa, al fin y al cabo. Una vez dentro del aeropuerto, el calor era más insoportable que fuera, que ya es decir. El personal del aeropuerto me pareció de lo más extraño, tanto por sus vestimentas como por sus características fisonómicas. Pero sorprendentemente se dirigían a nosotros, los pasajeros, en español. Empezaba a tomar contacto con un mundo y una cultura que no dejarían de sorprenderme durante los primeros meses de mi estancia en aquel territorio. Era el comienzo.

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