Durante décadas, la izquierda española se presentó como la voz ética del Congreso de los Diputados, como la conciencia incómoda que no se vendía ni se callaba. Hoy, esa misma izquierda guarda silencio —cómplice y acomodado— ante una de las traiciones diplomáticas más graves de la historia reciente: la entrega política del Sáhara Occidental al chantaje de Marruecos.

Sumar, Podemos, Izquierda Unida… todos, sin excepción, disponen de tribunas, escaños, redes, medios y capacidad para poner en jaque al Gobierno de Pedro Sánchez. Tienen los votos, la legitimidad y, sobre todo, la responsabilidad moral de alzar la voz contra la violación flagrante del derecho internacional. Y sin embargo, eligieron el murmullo frente al rugido, el gesto simbólico frente al compromiso real, la crítica tibia frente a la dignidad.

Frente a una causa —la saharaui— que representa el último bastión anticolonial del siglo XXI, la izquierda optó por los matices diplomáticos, los hilos de Twitter y las enmiendas que no incomodan a nadie. Se lavaron las manos mientras el PSOE arrastraba a España por el fango del servilismo, hipotecando su nombre al precio de unas relaciones “estratégicas” con una dictadura ocupante.

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