En el marco de una de las puertas de un centro para niños con discapacidad hay un cartel en el que se lee: “Aquí no crecen plantas ni flores, pero florecen personas”. Los saharauis llevan casi medio siglo expulsados de su tierra, en medio del desierto del Sahara de la hamada argelina, sin grandes recursos y con la duda de no saber si algún día recuperarán aquello que les pertenece. Sin embargo, se refieren a ellos mismos como “un pueblo muy poético. Nos reímos de aquello que también nos hace lamentarnos. La pobreza también te vuelve creativo”, expresa Beini Fa, una mujer saharaui. En un momento en el que el apoyo internacional se ha vuelto mínimo, debido a que cada vez hay más conflictos y catástrofes, y el Sahara ha pasado a ser una de las grandes crisis olvidadas, la población ha tenido que reinventarse para ganar autosuficiencia.

Justo cuando está rozando los 50 años en el exilio, la población saharaui se ha puesto manos a la obra y ha comenzado a realizar labores que propician la autogestión y el desarrollo. Cada año, la Asociación Navarra de Amigos del Sahara (ANAS) organiza un vuelo chárter para que 147 personas puedan conocer la situación en los campamentos y los lugares clave en los que se materializa esta voluntad del pueblo por avanzar y por mejorar sus condiciones de vida. En este último viaje, se pudo conocer un centro pionero para niños con discapacidad, una escuela de cerámica para mujeres o la biblioteca Bubisher Pilar Bardem, en donde los más pequeños leen y reciben clases de castellano.

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