«Mama», como pide que la llamen sin más, añora los tiempos en los que pastaba con sus cabras y camellos en las tierras liberadas del Sáhara Occidental. Representa un modo de vida, el de los nómadas del desierto, que agoniza por la reanudación de la guerra del Frente Polisario con Marruecos y el legado de minas que ha dejado el conflicto.

«Es que es allí donde nacimos y crecimos. El aire que se respira allá es mucho mejor que éste y el ganado encuentra con facilidad pasto para alimentarse», murmura con melancolía esta mujer de 65 años mientras prepara el primer té del día en su jaima. Es la matriarca de una familia que lleva más de dos años lejos de la que consideran su casa, móvil, pero hogar al fin al cabo.

Desde entonces ha hallado cobijo con disgusto en las afueras de uno de los campamentos de refugiados saharauis. «Es que no quiero estar aquí. Quiero marcharme en cuanto pueda a las zonas liberadas», confirma. Apenas ha amanecido y las primeras luces de la jornada comienzan a alumbrar el páramo yermo que rodea la tienda. Su hijo mayor alimenta al rebaño, confinado en un establo hecho de hierros y restos de mobiliario.

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