Sr. Pedro Sánchez, presidente del Gobierno de España:

En estos tiempos de pandemia sanitaria y calamidad mediática, salta la noticia de que el crepuscular presidente de EEUU reconoce la soberanía de Marruecos sobre el Sáhara Occidental y, de pronto, Twitter electriza las cancillerías de medio mundo. Menos mal que se impone cierta cordura: poco después de este anuncio, la ONU recuerda que la descolonización es la única solución del problema de la última colonia africana. Los intentos del agónico mandatario por asegurar los negocios en la zona de su hija y de su yerno no pueden distraernos de un viejo y vergonzoso problema que arrastran desde casi medio siglo los sucesivos gobiernos de España.

Pero esta advertencia de la ONU no detiene el golpe. Francia se ha apresurado a apoyar una autonomía del Sáhara dentro de Reino de Marruecos. Una autonomía que, como la del Rif, sabe que quedará en papel mojado. Nada de eso debe sorprendernos. EEUU cubrió logísticamente la Marcha Verde y colaboró en la construcción y dotación del muro militarizado de 2700 km que recorre como una cicatriz el desierto del Sáhara, separando los territorios ocupados de los campos de refugiados argelinos. Y Francia no se resiste a dejar de jugar un papel activo en una zona que fue francófona.

Usted, señor presidente, ha decidido aplazar la visita que iba a realizar el próximo 17 de diciembre a Marruecos. Suponemos que no ha tenido más remedio. Mientras otros jugadores movían piezas en un tablero de ajedrez, usted llevaba en su mano una ficha de parchís. No podemos juzgarle como único responsable. Es al parchís, a pasar el tiempo con el problema del Sáhara, a lo que han jugado todos los presidentes de Gobierno de nuestra democracia.

Usted no puede acordarse de lo ocurrido porque tenía tres años cuando sucedieron los hechos. Tampoco puede saberlo por sus clases en el colegio o el instituto, porque la historia de la España contemporánea lleva décadas ocultándose en colegios e institutos. Lo sabrá, sí, porque es usted presidente del Gobierno, pero no está de más recordarlo.

Ya en 1966, la ONU había instado a la descolonización del Sáhara Occidental, señalando a España como potencia descolonizadora. En 1975, cuando tenía usted tres años, el Sáhara Occidental era la provincia 53 de España, con ciudadanos censados y representantes en las Cortes. Por esas fechas, ante las pretensiones marroquíes sobre el territorio, el rey Juan Carlos I visitó la zona y prometió que sus habitantes no serían abandonados. Meses más tarde, durante la agonía del dictador, la Marcha Verde expulsó a los españoles. O, mejor: el ejército español recibió la orden de retirarse vergonzosamente. Los propios militares hablaron de traición.

La retirada no fue tan pacífica como el silencio de los medios de comunicación quieren hacer ver. El Sáhara Occidental fue ocupado por las armas. Los saharauis huidos fueron bombardeados por aviones Phantom, asesinando a hombres, mujeres y niños. Hubo represión en los territorios ocupados. Hubo guerra con Mauritania, y muertos mauritanos. Hubo guerra con Marruecos, y muertos marroquíes. Se llegó a una paz endeble, bajo la promesa de que la ONU instaría a un referéndum de autodeterminación.

Argelia acogió a los huidos en los actuales campos de Refugiados. Entretanto, Marruecos, gracias a empresas de EEUU, construyó un muro que separó familias e intentó ahogarlos económica y humanitariamente. Pero los saharauis alzaron jaimas, habilitaron escuelas, precarios hospitales y edificios administrativos y se procuraron una supervivencia endeble, siempre dependiente de la ayuda exterior. La MINURSO, la Misión Pacificadora de la ONU, se estableció en la zona como fuerza de interposición, con el objetivo de elaborar un censo para realizar el referéndum. Con el tiempo, los saharauis ocuparon territorios del Sáhara Occidental sin interés económico para Marruecos, los llamados Territorios Liberados, donde pastaba el ganado y se creaba un cierto intercambio de mercancías básicas con Mauritania. Pero en 1991, mientras se ultimaba el referéndum, Marruecos bombardeó e invadió esos territorios, envenenó pozos y mató a los animales, sembrando el terror entre los civiles.

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