El calentamiento global ahoga la comunidad saharaui, que vive exiliada en el corazón del Sáhara desde hace casi medio siglo
Estas cuatro paredes resquebrajadas son una nevera en medio del desierto. Un refugio y una prisión al mismo tiempo. Afuera, el sol aplasta: enmudece las calles pedregosas de Auserd y hornea las casas de metal que se extienden sobre una explanada árida en medio de la nada.
En los campos saharauis del sur de Argelia, uno de los lugares más secos y cálidos del planeta, el verano enjaula la vida. Y ahora el verano dura más que nunca. “Desde abril ya hace mucho mucho calor”, lamenta Enguilla, que permanece inmóvil frente a la bocanada de 20 grados que arroja el aire acondicionado.
El cambio climático no solo provoca un aumento de las temperaturas, que aquí registran máximas superiores a los 50 grados, sino que además hace que el calor dure el doble de tiempo. Se alarga hasta más de siete meses, desde abril a mediados de noviembre, en vez de concentrarse en los cuatro meses de verano, como antes.
Para los saharauis este antes es efímero: empieza en 1975, cuando Marruecos invadió la excolonia española y gran parte de su pueblo huyó hacia el desierto. Más de 1750.000 personas habitan entre los cinco campos que se extienden hacia el sur de Tinduf, según los datos de la Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur).
Resistir el calentamiento global en un desierto es difícil. Y todavía más desde la condición de refugiado. La tierra prestada en la que viven desde hace 49 años es un yermo aislado, estéril y seco: con menos de 60 mm de agua al año -100 veces menos que en Barcelona- y temperaturas que no bajan de los 30 grados durante el verano.
La temperatura media en el norte de África y España ha aumentado más de dos grados
El calor es tan extremo que incluso ir al colegio es peligroso. “Los niños se desmayan a menudo por el calor”, explica Toufa Mohamed Ali, directora del colegio 17 de Junio en Smara, otro de los campos, Smara. “Esta semana una niña de siete años cayó ahí”, añade mientras señala al otro extremo de una plaza arenosa abandonada al sol. Desde una esquina, la directora se refugia en la única sombra del patio, un rincón de cinco metros cuadrados cubierto por una malla de sombra. Es un prototipo diseñado por ARVO, un despacho de arquitectos barcelonés, que ahora la escuela quiere ampliar a buena parte del patio.
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ARTÍCULO COMPLETO en el original de LA VANGUARDIA : La trinchera olvidada de la crisis climática